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Nuevo Topo - N° 1 - 101

ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA RELACIÓN ENTRE HISTORIA DE LAS MUJERES Y GÉNERO EN ARGENTINA A DRIANA M ARÍA V ALOBRA * una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo. Alejandra Pizarnik Introducción

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os estudios históricos sobre la condición de la mujer o los que indician la perspectiva genérica han tenido un desarrollo importante y de gran riqueza analítica en los últimos años. Se cuenta con una notable producción aunque, en más de un sentido, el camino está todavía por hacerse, lo cual es particularmente cierto en Argentina. Aquí intento realizar algunas observaciones acerca de las relaciones de la historia de mujeres y de género en la Argentina. La tarea ya ha desvelado a varias investigadoras y sin duda este trabajo es deudor de sus aportes en más de un sentido.1 Éste, como otros ordenamientos que llamamos “estados del arte”, “estados de la cuestión” o “balances”, resulta ser provisorio pues constituye una “fotografía” que ilusiona con un cierto orden de las cosas, con una mirada que intenta observar desde donde se supone que antes no se miró. Universidad Nacional de La Plata. Email: indivalobra@hotmail.com. Quiero agradecer a Dora Barrancos, Graciela Queirolo, Sol Peláez y el equipo de esta revista –especialmente a Omar Acha, Agustín Santella, Karina Ramacciotti y Hernán Camarero– la lectura, comentarios, críticas y espacios para la discusión en el proceso de elaboración de este artículo. A Irma Antognazzi y Andrea Andújar agradezco el material facilitado. 1 Valeria Pita, “Estudios de Género e Historia: Situación y perspectivas”, en Revista Mora, nº 4, octubre, 1998; Beatriz Garrido, “Historia de las Mujeres, Historia del Género en la Historiografía Argentina”, IX Jornadas Interescuelas y Departamentales de Historia, UNCórdoba, Córdoba, 24 al 26 de septiembre de 2003; Dora Barrancos, “Historia, historiografía y género. Notas para la memoria de sus vínculos en la Argentina”, en La Aljaba, La Pampa, en prensa. *


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Entiendo que este ejercicio no es más que una representación que sólo desordena de otra manera... A continuación señalaré brevemente el modo en que la historia de las mujeres y la historia de género han ido recorriendo los ámbitos académicos.2 Luego, focalizando en las producciones recientes, menos indagadas, reflexionaré sobre ellas tratando de señalar el aporte de las perspectivas teóricas y metodológicas así como proponiendo los problemas comunes y confrontaciones que presentan. Un sendero que no se bifurca Como señala Dora Barrancos existen numerosos ejemplos de “relatos precursores” de historias de mujeres que aportan “signos orientadores, mapean circunstantes y rescatan acontecimientos, en fin, fluyen hacia el terreno de la historia todavía con minúscula, de cualquier modo un atajo hacia la Historia”.3 En especial a través de los escritos de militantes que sumaron la investigación al compromiso político, los estudios sobre mujeres comienzan a sobresalir entre los ’60 y ’80, aunque el terrorismo de estado post ’76 constituyó un cerco para muchas de esas producciones. Al calor de la primavera democrática que vivió la Argentina luego de 1983, apareció un número cada vez mayor de publicaciones que daban cuenta del rol de las mujeres en el tiempo. La organización de las Jornadas de Historia de las Mujeres (JHM) señala la importancia del tema en ese momento.4 Los libros publicados en este período remiten a nombres de mujeres destacadas donde lo importante era la singularidad de sus trayectorias.5 Al mismo tiempo, en este período los artículos encontraron difusión en revistas como Todo es Historia –con un espacio

2 El objetivo de este artículo no es hacer un detalle exhaustivo de la bibliografía existente en los temas. Remito para un recorrido exhaustivo al trabajo de Dora Barrancos citado. Si esto no justifica las omisiones, al menos reconoce las modestas pretensiones de este balance. 3 Barrancos, D. “Historia, historiografía y género...”, cit. 4 Los trabajos que se abordaron allí se encuentran compilados en las Actas de las Primeras JHM, 1991 y fueron editados por la División de Historia de la Universidad Nacional de Luján donde se realizó el encuentro en agosto de ese año.


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dedicado a la mujer- y La Aljaba y Revista Feminaria –destinada exclusivamente a estudios de mujeres y el debate feminista. Las direcciones de la historia social y económica se renovaron en los ’80 y la mirada sobre la política creció mientras “la gente invadía las calles”, interviniendo en el ámbito público. Esto se reflejó en las tres primeras JHM en las que pesan las exposiciones sobre división sexual del trabajo al tiempo que se analizan espacios “feminizados” como la educación –uno de los más transitados incluso hasta hoy.6 En las V Jornadas ocupan un lugar destacado la ciudadanía y el Estado así como la salud e, incontestablemente, los estudios de cultura y representaciones crecen exponencialmente.7 La historia de mujeres en Argentina no inflexionó en áreas distintas a las existentes. En buena medida, esta historia de las mujeres tuvo –y tiene– como preocupación visibilizar a las mujeres en lo que se ha llamado una “historia contributivista”. Sin duda, su mayor aporte, ha sido la crítica –más o menos explícita– al tono universalista con que se había escrito la historia hasta entonces. Si algunos aventuraron un fin de la historia en los ’80, lo que se presentó fue una nueva historia o, más pertinentemente, múltiples historias escritas con otras cadencias... A la saga de lo que sucedía en ámbitos intelectuales mundiales, se difundió en nuestro país la obra de Michel Foucault la cual resultó reveladora y conllevó, aún para quienes no adhirieran a su perspectiva, una revisión de los problemas a tratar.8 El autor amplió el sentido de lo político y problematizó las relaciones de poder enraizadas en lo público y en la cotidianeidad. Sexo, sexualidad y las construcciones sociales que se tejían en torno a ellas adquirieron un cariz preeminente en las indagaciones. Judith Entre otros, Estela Dos Santos, Las mujeres peronistas, Buenos Aires, CEAL, 1983; Julia Guivant, La visible Eva Perón y el invisible rol político femenino, Santa Catarina, Universidade de Santa Catarina, 1984. 6 Las II Jornadas se realizaron en 1992 en la UBA y compiladas por Lidia Knecher y Marta Panaia, La mitad del país. La mujer en la sociedad argentina, Buenos Aires, CEAL, 1994. Las III JHM, Rosario, 1994, compiladas en AAVV, Espacios de Género, Rosario, UNR, 1995. Las IV JHM, La Pampa en 1998, compiladas en AAVV, Mujeres en Escena, La Pampa, UNLPa, 1998. 7 Las VI Jornadas de Historia de las Mujeres y Estudios de Género, Buenos Aires 2001, compiladas en AAVV, “Voces en conflicto, espacios de disputa”, Buenos Aires, FFyLL, UBA, 2001. 8 Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI, Buenos Aires, 1989. M. Foucault, Historia de la sexualidad, Siglo XXI, Buenos Aires, 1990. 5


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Butler y Joan Scott propiciaron repensar el sentido político de estos temas.9 En los ’90, el “género” se expandió como categoría analítica relevante para analizar la cuestión del cuerpo, el multiculturalismo, la hegemonía y las políticas públicas. El concepto de género hizo tambalear las nociones tranquilizantes de sexo como biológico, natural y dado, y lo propuso como un constructo social en torno a las diferencias sexuales que efectivamente eran culturales. Fue la historiadora Joan Scott una de las que más contribuyó en la definición y difusión de los problemas y posibilidades del género.10 El impacto de la perspectiva de género fue tal que puede registrarse un estallido de esa nominación en institutos y centros de investigación. No obstante, si bien entre historiadores/as se intentó conocer qué era esta nueva perspectiva, en general existió, como señalaron Dubois y Cangiano, un enmascaramiento en la apropiación de la categoría pues se reemplazó con “género” donde antes decía “mujer”.11 Es decir, se incorporó formalmente el concepto pero sin quebrar la lógica contributivista de la historia de las mujeres. La aparición de la revista Mora (IIEGE-UBA) intentó plasmar estos cambios e influencias. Algunos trabajos fundacionales en la adopción de esta categoría fueron las compilaciones de Mary Nash y James Amelang12 y las de Duby y Perrot que impulsaron homónimos nacionales.13 Otros ensayos inaugurales autóctonos fueron la recopilación de artículos del IEHS14 o Historia y Género.15

Judith Butler, Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity, New York, Routledge, 1990; J. Butler, Cuerpos que importan. Sobre el límite material y discursivo del sexo. Buenos Aires, Paidós, 2002; Joan Scott, “Deconstruir igualdad-diferencia: usos de la teoría postestructuralista para el feminismo” en Feminaria, nº 13, Buenos Aires, noviembre 1994; J. Scott, Gender and the Politics of History, Columbia, Columbia University Press, 1988. 10 J. Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en James Amelang y Mary Nash Historia y Género. Las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea, Valencia, Alfons el Magñanim, 1990; J. Scott, “El problema de la invisibilidad” en Carmen Ramos Escandón, comp., Género e historia, México, Instituto Mora, 1992. 11 María Celia Cangiano y Lindsay Dubois, De mujer a Género, teoría, interpretación y práctica feminista en las ciencias sociales, Buenos Aires, CEAL, 1993. 12 J. Amelang y M. Nash, Historia y género... cit. 9


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En nuestro país, buena parte de quienes tomaron la posta e impulsaron la revisión que proponían los estudios de género fueron académicas comprometidas, además, con la acción política y la reivindicación de los derechos humanos16 que al mismo tiempo acompañaron y apoyaron a una nueva generación de historiadoras e historiadores que reivindicaban las posibilidades del género, que abrogaban por lecturas interdisciplinarias y que no menospreciaban la teoría.17 Marginales en los ’80, quienes historiaron a las mujeres se posicionaron en los ’90 a través de centros de investigación, cátedras, maestrías y doctorados. Además de la labor de las investigadoras (y pocos investigadores) contribuyó a ese despegue el hecho de que el establishment intelectual advirtió –luego del primer cimbronazo por el atentado a la historia “unisex”– la escasa peligrosidad que esta línea presentaba para los cánones disciplinares. En el peor de los casos, aceptó/permitió su existencia como símbolo de una amplitud de criterio mejor adaptada a un ideal “progresista” que pretendía representar. Quienes adoptaron la perspectiva de género montaron buena parte de su estructura sobre los logros de la historia de las mujeres. Así se observa un “concubinato” institucional entre ambas perspectivas. En cierto modo, se cosecha lo sembrado por la historia de las mujeres. Ejemplo de ello son la realización conjunta de las JHM y el Congreso Iberoamericano de Estudios de Género o la heterogeneidad de los capítulos de la compilación de Historia de las Mujeres en la Argentina. Esta conveniente convivencia institucional al tiempo que permite fortalecer los pasos en el plano académico retrasa algunas discusiones. Mientras en el ámbito internacional actual se confronta, 13 Michelle Perrot y Georges Duby, dirs., Historia de las Mujeres, Tomo I al V, Madrid, Taurus, 1993. 14 Anuario del IEHS, nº 5, Tandil, 1990. 15 D. Barrancos, comp., Historia y Género, Buenos Aires, CEAL, 1993. 16 Entre ellas Mabel Belucci, Fernanda Gil Lozano y Dora Barrancos quienes con diversas matrices político ideológicas aunaron actividad académica y política. 17 Entre quienes propiciaron una renovación generacional: Paula Halperin, Débora D’Antonio, Pablo Ben y Omar Acha. Un primer trabajo que compiló sus producciones, entre otras, en Omar Acha y Paula Halperin, comps., Cuerpos, géneros e identidades. Estudios de historia de género en Argentina, Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2000.


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irreconciliablemente, al género como concepto invisibilizador de la discriminación de las mujeres y a los estudios de mujeres como excluyentes de otras diferenciaciones en razón del género; esta discusión no se ha dado en nuestro país en nombre de una “estratégica política de posicionamiento” en la que historia, mujeres y género confluyen institucionalmente.18 A continuación se analizarán la producción nacional recientes teniendo en cuenta lo que entendemos son dos grandes líneas de investigación que a los fines expositivos pueden denominarse normativa y disruptiva. Normar La línea normativa atiende el modo en que diversos dispositivos de poder, preferentemente las instituciones estatales, modelaron las subjetividades de mujer y varón como femenina y masculina. Esta vertiente creció sensiblemente bajo el influjo teórico de las pulsiones hegemonizantes -analizadas por Ernesto Laclau y Chantall Mouffe19 y luego Slavoj Zizek y Judith Butler20-, la preocupación por las “políticas para mujeres” –Nancy Fraser21– y del concepto de “habitus” de Pierre Bourdieu como “estructura estructurante” de las prácticas de los actores sociales.22 El Estado como un gran constructor de discursos modelizantes –y las políticas públicas como el brazo ejecutor– han sido tema de varios abordajes. Asimismo, junto con la

18 Desde la filosofía esta disputa es referida en María Luisa Femenías, Sobre Sujeto y Género. Lecturas feministas desde Beauvoir a Butler, Buenos Aires, Catálogos, 2000. 19 Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, Siglo XXI, Madrid, 1987. 20 E. Laclau, J. Butler y Slavoj Zizek, Contingencia, hegemonía y universalidad, Buenos Aires, FCE, 2003. 21 Nancy Fraser, Iustitia Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición “postsocialista”, Bogotá, Siglo del hombre, 1997. 22 De Pierre Bourdieu, entre otros estudios: El sentido práctico, Buenos Aires, Editorial Taurus, 1997; Razones prácticas: sobre la teoría de la acción, Editorial Anagrama, Barcelona, 1997; La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Taurus, Buenos Aires, 1988; con J.C. Passeron, La reproducción, Barcelona, LAIA, 1972.


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creciente importancia de la historia intelectual, amplios sectores profesionales –en especial de la medicina– son escrutadas para comprender cómo coadyuvaron a esta modelización. La historia de las mujeres y la de género contribuyeron a marcar cómo el “Estado neutral” y la “objetiva disciplina médica” jerarquizaron a las personas a partir de la diferencia sexual como relación de subordinación. Algunos trabajos fueron inaugurales. Una contribución pionera desde la historia de las mujeres fue el ensayo de Susana Novick que esbozó el recorrido del Estado argentino en relación a la mujer.23 Donna Guy señaló la relación entre marginalidad de la prostitución, condición femenina, raza y clase refiriendo el carácter cultural y político de esa conexión y subrayando el rol del Estado en ello.24 Fue Guy quien abonó el terreno para una historia de género desde esta perspectiva. En esta tónica, dos estudios se destacan a partir del análisis de discursos médicos de fines del siglo XIX y principio del XX, cuestionando los cánones más conspicuos de la historiografía positivista en nuestro país y abriendo un debate que tuvo como centro las nociones normales de sexo y género que en los exámenes históricos sobre la especialidad médica aparecían oscurecidos o naturalizados – tal como habían pretendido construirlos los sujetos que indagaban-. Uno, referente obligado en historia de género, es el de Jorge Salessi quien puntualiza cómo los médicos del Estado se preocuparon acerca de la feminización de los varones y la masculinización de las mujeres, mutaciones devenidas del proceso de modernización del período. Pablo Ben, otro autor insoslayable, cuestiona la naturalidad normativa del dimorfismo sexual biologizado y señala que la historiografía ha insistido en investigar cómo éste se construye socialmente sin superar tal biologización como naturalizada. La existencia de cuerpos abyectos –por ejemplo, hermafroditas- condena(ba) a lo terato-

Susana Novick, Mujeres, Estado y políticas sociales, Buenos Aires, CEAL, 1993. En esta línea contributiva, Plotkin intentó evidenciar el modo en que el peronismo había “domesticado” a las mujeres. Mariano Plotkin, Mañana es San Perón. Propaganda, rituales políticos y educación en el régimen peronista (19461955), Buenos Aires, Ariel, 1994. 24 Donna Guy, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires. 1875-1955, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1994. 23


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lógico por no adaptarse a patrones “científicos” de sexualidad genitalizada.25 Sin duda Marcela Nari colocó como tema central de discusión la cuestión de la maternidad, la contracepción y el aborto en las iniciativas surgidas tanto en el Estado como en el campo médico. La autora trascendió la mera visibilización de las mujeres y socavó la lectura androcéntrica revelando la singularidad con que se atendió a la población femenina.26 La exploración de las políticas de maternidad fue continuada por Di Liscia para el período peronista sosteniendo que el gobierno peronista fue pronatalista; es decir, que propició que la mujer tuviera hijos.27 Dora Barrancos ha originado un interesante debate –uno de los pocos– al marcar que esa interpretación homologa el pronatalismo al promaternalismo (una política que incentiva el cuidado de la prole y no a aumentarla).28 Analizando las modelizaciones en los primeros gobiernos peronistas, Omar Acha retoma críticamente la perspectiva lacaniana y relaciona el vínculo libidinal homoerótico latente en el fútbol como espectáculo deportivo, la captación del mismo por parte de la cinematografía y el poder político como espacios donde se proyectan y resimbolizan los significados implícitos de la masculinidad. En este sentido, el autor ofrece una mirada teórica estimulante para nuevas intelecciones que involucren la afectividad y lo emocional como tópicos de relevancia para el análisis histórico. Finalmente, los artículos compilados por Mirta Lobato analizan –de modo relativamente heterogéneo– la relación entre política y belle-

Pablo Ben, “Cuerpos femeninos y cuerpos abyectos. La construcción anatómica de la feminidad en la medicina argentina”, en V. Pita, F. Gil Lozano y G. Ini, comps., Historia de las Mujeres en la Argentina, vol. II, cit. 26 Marcela Nari, La política maternalista y el maternalismo político. Buenos Aires 1890-1940, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2004. 27 María Herminia Di Liscia et. al., Maternidad y discurso maternal en la política sanitaria peronista, La Plata, UNLP, 1997. 28 D. Barrancos, Iniciativas y debates en materia de reproducción durante el primer peronismo (1946-1952), Salta, SEPOSAL, 2002. Una observación sobre este debate en Karina Ramacciotti y Adriana Valobra, comps., Generando el peronismo. Estudios de cultura, política y género (1946-1955), Buenos Aires, Proyecto Editorial, 2004. Omar Acha, “masculinidad futbolística y homnoerotismo en el cine durante el primer peronismo” en K. Ramacciotti y A. Valobra, cit. 25


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za especialmente durante el peronismo intentando señalar la construcción política en torno a un ideal de mujer cuya belleza aunaba diversos caracteres según la ideología política dominante. Este trabajo, centrado en fuentes visuales y secundariamente en fuentes orales ensaya, junto con el de Acha, una renovación metodológica relacionada a un enriquecimiento al tipo de fuentes donde la imagen ha adquirido una proyección sin igual (fotografías, pinturas, afiches, entre otros). Obligan, en cierto sentido, a problematizar la política de archivos, el descuido sobre las colecciones y la escasa democratización de las fuentes que suponen los elevados costos de las mismas. En conjunto, estos abordajes merecen algunos comentarios. Centrados en las normativas impuestas socialmente descuidan el modo en que las personas construyeron su subjetividad más allá de estas normativas. Ello en tanto muchos privilegian discursos oficiales o de ciertos campos para explicar la interrelación mujer=maternidad=domesticidad/privado. Así, la insistencia en el modo en que fueron interpeladas las mujeres a diferencia de los varones desde los discursos institucionales se convierte en una letanía recurrente. La pregunta por el cómo no debe hacer olvidar la pregunta por el por qué, aún cuando no estemos en condiciones de contestarla. En segundo lugar, estas exploraciones no logran quebrar ciertas lógicas binarias. Los trabajos sobre homosexualismo, hermafroditismo, travestismo (y todos los “-ismos” tranquilizantes de un supuesta normalidad) no logran quebrar la idea de “otredad” de estas identidades. En cada momento histórico podemos delimitar “-ismos” y si hay violencia y discriminación hacia ellos también existe convivencia. Al hacer hincapié en la extrañeza y en cómo lo extraño es segregado estas investigaciones corren el riesgo de acentuar la marca de extrañeza y acompañar un sentido político bastante opuesto al pretendido. No se observa una inclinación a la restitución de las vivencias cotidianas en una perspectiva integradora en la que las identidades sexuales fueron aceptadas de algún modo que desconocemos. En tercer lugar, hay una recuperación casi exclusiva de la mirada de ciertos actores privilegiados: médicos, instituciones estatales, damas de la alta sociedad, discursos “prescriptivos” de diarios y revistas, libros de lectura, entre otros. Sin embargo, no es el tipo de 29

Mirta Lobato, ed., Cuando las mujeres reinaban, Belleza, virtud y poder en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2005. 29


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fuentes la que silencia otras voces si no la ausencia de preguntas a esas mismas fuentes por parte de quien estudia. Se presupone que las prácticas de las personas reproducen las disposiciones sociales tal cual se indica y no pueden señalar líneas de fuga o algunos apenas las sugieren sin acompañarlas de fuentes que las apoyen. Incluso, en los abordajes que habilitan la historia oral, la misma se ha utilizado para confirmar que las personas hicieron lo que se les dijo que hicieran, para confirmar lo que dicen las fuentes escritas o con fines anecdóticos o ilustrativos. Es decir, una metodología esgrimida generalmente para referir lo no dicho en las fuentes tradicionales es utilizada aquí para reforzar lo que ellas sostienen: la normativización de los subjetividades genéricamente condicionadas. Metodológicamente, aparecen varios problemas en común. En algunos casos se seleccionan muestras con escasa representatividad y se universaliza a partir de un caso. La falta de recaudos o advertencias sobre este tipo de situaciones hace más endebles los resultados. Respecto a la lectura de las imágenes se encuentra que la más de las veces la misma puede ser ingenua o carente de sistematicidad apelando a un sentido intuitivo que da por tierra extensas referencias a la mirada interdisciplinaria desde la que debe realizarse la imagen. Todo ello contribuye a simplificar los análisis. Relacionado al uso de la teoría, es necesario lograr que ella sea útil para mirar el tema. Cuando los supuestos teóricos no dan cuenta de lo que estamos indagando, parecería necesario reformular la utilidad del concepto o reformularlo en función de sus limitaciones en relación al tema convocante. Sin embargo, en los trabajos con más herramental teórico existe una tendencia a “enmarcar” la investigación. Así, los artículos cuentan una introducción con densas descripciones de las teorías de las que se parte, luego se describen los principales hallazgos donde escasamente se refiere esa teoría y, finalmente, se retoma la teoría en las conclusiones. Asimismo, en estos casos, es más común encontrar desfasajes en relación a los niveles de anclaje en el que se está trabajando con lo cual se hacen ciertas extrapolaciones o no quedan del todo claras las conexiones.30 Estos señalamientos pueden resultar estimulante para enriquecer las intelecciones de quienes se centran en la normativización identitaria de 30 Juan Samaja, Epistemología y metodología. Elementos para una teoría de la investigación científica, Buenos Aires, Eudeba, 1994.


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género. Además, no obstan estas observaciones para reconocer en esta línea harto transitada el significativo aporte a la producción histórica. Estrategias disruptivas, resistencia y oposición Así como algunos estudios abordan las disposiciones sociales, hay otros que entreven el agenciamiento de diversas identidades. Esta línea disruptiva recupera la agencia, la acción de resistencia de los “agentes” –ya no sujetos de o sujetos a- de la mano de la mirada de Jacques Derrida31, entre las posturas postestructuralistas más extremas, pero también Bourdieu así como Foucault y Anthony Giddens, quienes destacaron la posibilidad de plasmar estrategias de subversión y resistencia –más o menos activa.32 Ahora bien, debe resaltarse que en términos teóricos todos estos autores avanzaron más en la visibilización y explicación de los mecanismos reproductivos que funcionan socialmente y no en el modo en que se produce el cambio social –Giddens es quizás el que lo retoma con mayor ahínco.33 Esta dificultad de dar cuenta de estrategias de subversión social persiste en las investigaciones históricas y se evidencia en una menor producción sobre el particular (en temáticas como en períodos) y en pretensiones menos ampulosas respecto de una construcción de formulaciones generales. Una primera faz de visibilización de estrategias disruptivas ha sido la acción colectiva de las trabajadoras: no sólo eran mujeres que no se adaptaban al cánon de mujer/madre/maternalismo y trabajaban si no que además actuaban en la acción político sindical.34 Este es un campo profuso en indagaciones que recorren desde los pioneros trabajos de Lobato –en los que los cruces de clase, etnia e ideología son pincelados con la mirada de género, la que por momentos no logra quebrar aquellas otras lógicas- hasta los recientes de Débora Jacques Derrida, Posiciones, Valencia, Pre-textos, 1977. Anthony Giddens, Profiles and Critiques in Social Theory, Londres, Macmillan, 1982. 33 A. Giddens, La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1995. 34 Mirta Lobato, La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso (1904-1970), Buenos Aires, Prometeo/Entrepasados, 2001; Daniel James, Doña María. Historia de vida, memoria e identidad política, Buenos Aires, Manantial, 2004. 31 32


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D’Antonio35 y Silvana Palermo36 analizando la acción femenina en gremios “masculinizados” como la construcción y los ferroviarios. En orden de evidenciar subjetividades, y en el extremo opuesto de la escala social, deben referenciarse los estudios sobre mujeres de la elite. Aquí hay notables huecos. Se ha dado poco lugar tanto a figuras destacadas en las artes y las letras37 como a colectivos como las “damas de la elite”. Recientemente, Valeria Pita se ha ocupado en mostrar a las mujeres de la Sociedad de Beneficencia como depositarias de una subjetividad de confrontación rebelada especialmente contra los médicos38 y Alejandra Vasallo ha recorrido los pasos del Consejo Nacional de Mujeres rescatando los agenciamientos de las mujeres de la elite.39 Sandra Mc Gee Deutsh fue precursora al explorar a las mujeres en las derechas del cono sur, pero no ha generado tradición.40 En el campo político hay un importante vacío en la indagación de las estructuras partidarias femeninas a principios de siglo,41 más bien se da una inclinación a relevar a dirigentes destacadas -Alicia Moreau, Carolina Muzzilli o Julieta Lanteri- que además conjugan acciones en el movimiento sufragista.42 Esta producción es la de mayor volumen Débora D’ Antonio, “Representaciones de género en la huelga de la construcción, Buenos Aires, 1935-36”, en F. Gil Lozano, C. Pita y G. Ini, comps., Historia de las Mujeres en la Argentina, cit. 36 Silvana Palermo, “¿Trabajo masculino, protesta femenina? La participación de las mujeres en la gran huelga ferroviaria de 1917”, mimeo. 37 Pueden mencionarse Graciela Queirolo, “La mujer en la sociedad moderna a través de los escritos de Victoria Ocampo (1935-1951)”, en Revista Zona Franca n° 14, Centro de Estudios Interdisciplinarios sobre las Mujeres, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, mayo 2005; Hebe Clementi, María Rosa Oliver, Buenos Aires, Planeta, 1992. 38 V. Pita, “Damas, locas y médicos. La locura expropiada” en F. Gil Lozano, V. Pita y G. Ini, Comps., Historia de las Mujeres en la Argentina, cit. 39 Alejandra Vasallo, “Entre el conflicto y la negociación. Los feminismos argentinos en los inicios del Consejo Nacional de Mujeres (1900-1910)”, en F. Gil Lozano, V. Pita y G. Ini, comps., Historia de las Mujeres en la Argentina, cit. 40 Sandra Mc Gee Deutsch, “La mujer y la derecha en Argentina, Brasil y Chile, 1900-1940”, en D. Barrancos, Historia y género, cit. 41 Un bosquejo en Edit Gallo, Las mujeres en el radicalismo argentino. 18901991, Buenos Aires, Eudeba, 2001. 42 Se citan sólo algunos trabajos entre la numerosa bibliografía existente. Asunción Lavrín, The Ideology of Feminism in the Southern Cone, 1900-1940. Washington, D.C., Wilson Center, 1986. José A. Cosentino, Carolina Muzzilli, 35


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en cuanto a sujetos disruptivos. A posteriori, las producciones enflaquecen en relación a los primeros gobiernos peronistas. Los trabajos que se lanzan sobre ese período enfatizaron sobre el Partido Peronista Femenino (PPF) como ejemplo de organización y movilización política dirigida.43 El libro de Norma Sanchís y Susana Bianchi sigue siendo un referente que permitió dar cuenta no sólo de la verticalidad del PPF y de las normativas centralizadas si no también del impacto biográfico del PPF en las militantes.44 Un debate implícito en estos recorridos es el que busca dar cuenta de la envergadura de la acción del feminismo a principios del siglo XX, discutiendo la idea de elitismo clasista con que fue asociado. Esta postura cuestiona además la originalidad de la acción peronista/evitista en los ’40 y ’50. Los capítulos sobre mujeres de la elite parecen orientarse en este sentido. Frente a ellos, otras exploraciones recuperan ese carácter novedoso de Evita y el peronismo e, incluso, plantean que el peronismo no sólo se nutrió de las clases trabajadoras si no que eligió para su dirigencia mujeres de sectores medios y altos45, lo cual complejiza el panorama a la hora de analizar las correlaciones entre elecciones políticas y clases sociales. Los abordajes sobre fines del siglo XX se centran en la representación femenina en bloques legislativos, funciones estatales y, en menor medida, partidos políticos; remitiendo a las paradojas de la participación46: notable contribución y escasa representación femenina, tensión entre roles modélicos y asumidos, la cúpula de cristal, la representación paritaria, el cupo, los modos de interpelación y las estrategias de ascenso en la estructura partidaria. Pero cabe destacar que pocos análisis se realizan desde la perspectiva histórica: en su mayoría se posicionan desde otras ciencias sociales.47 Buenos Ares, CEAL, 1984. Marta Cichero, Alicia Moreau de Justo. La historia privada y publica de una legendaria y auténtica militante, Planeta, Buenos Aires, 1994. Mirtha Henault, Alicia Moreau de Justo, CEAL, Buenos Aires, 1983. D. Barrancos, Inclusión/Exclusión. Historia con mujeres, Buenos Aires, FCE, 2001. 43 J. Guivant, La visible Eva Perón..., cit. 44 Susana Bianchi y Norma Sanchís, El partido peronista femenino. (19491955), Buenos Aires, CEAL, 1988. 45 Carolina Barry, El partido peronista femenino. La organización total. 19491955, Buenos Aires, INIHEP, 2001. 46 Anne Phillips, Género y teoría democrática, México, UNAM, 1996. 47 Un esbozo histórico descriptivo en Lidia Henales y Josefina del Solar, Mujer y política: participación y exclusión (1955-1966), Buenos Aires, CEAL,


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Entre los pocos enfoques historiográficos recientes sobre el tema pueden mencionarse los de Vasallo, Grammático y D’Antonio. La primera escudriña la Unión Femenina Argentina (UFA) de los ‘60 dando cuenta de los problemas de constitución de un movimiento social femenino, las tensiones entre militantes y no militantes, partido y movimiento, clase y género.48 Grammático analiza la Agrupación Evita como un espacio en el que las montoneras, relegadas de los cuadros por sus compañeros, gestan una experiencia de base revolucionaria.49 D’Antonio ensaya sobre el modo en que las Madres de Plaza de Mayo fueron mutando de una actitud de resistencia a una de oposición desde sus orígenes hasta nuestros días.50 Estas exploraciones, todavía iniciales, prometen inaugurar vías de investigación historiográfica acerca de los alcances del feminismo en los ’60, los mecanismos de discriminación internos en los partidos y movimientos más revolucionarios y; por último, volver a discutir el rol de la maternidad como instrumento legitimador de la intervención política femenina. Finalmente, el tema de la homosexualidad encontró en la obra de Osvaldo Bazán un intento de visibilización del tema, anecdotario de personajes de la cultura y política en un pretensioso periplo temporal.51 En esta línea, Rapisardi y Modarelli enfocan la homosexualidad

1993. Desde otras perspectivas: Jutta Marx, Mujeres y partidos políticos: de una masiva participación a una escasa representación. El caso de la Unión Cívica Radical de la Capital Federal, Buenos Aires, FLACSO, 1991; Diana Maffía y Clara Kuschnir, comps. Capacitación Política para mujeres, género y cambio social en la Argentina actual, Buenos Aires, Ed. Feminaria, 1994; D. Maffía, “Ciudadanía sexual” en Feminaria, Año XIV, nº 26/27, Julio 2001. 48 A. Vasallo, “Las mujeres dicen basta: movilización, política y orígenes del feminismo argentino en los ‘70” en I Jornadas de reflexión: historia, género y política en los ´70, Buenos Aires, IIEGE-FFyL-UBA/Museo Roca, 15 y 16 de octubre 2004. 49 Karin Grammático, “La Agrupación Evita: una experiencia política femenina en el peronismo montonero”, en VII JHM y II Congreso Iberoamericano de Estudios de Género, Salta, 2001. 50 D. D’Antonio, “Las Madres de Plaza de Mayo y la maternidad como potencialidad para el ejercicio de la política”, en I Jornadas de reflexión: historia, género y política en los ’70, cit. 51 Osvaldo Bazán, Historia de la homosexualidad en la Argentina. De la Conquista de América al siglo XXI, Buenos Aires, Editorial Marea, 2004.


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masculina en la última dictadura. Visibilizan figuras y modos de expresividad sexual en espacios públicos como modo de contestación al autoritarismo y recuperan la socialización de los homosexuales no como “extraños”.52 Sintetizando las consideraciones de este apartado, los estudios pivotean sobre cómo se abren líneas de fuga a las imposiciones normativas e introducen modificaciones en las estructuraciones del habitus conformado en ese proceso, por un lado, y cómo aparecen nuevas subjetivaciones y prácticas. Algunas reflexiones parecen pertinentes. A diferencia de lo que acontece en el caso de las investigaciones realizadas hasta el momento en la línea normativa, quienes buscan dar cuenta de la disrupción enfocaron temas más acotados, poco pretenciosos en las temporalidades que abarcan y menos generales en las explicaciones históricas. Primero, los trabajos se inclinan por rescatar abrumadoramente a las mujeres y por momentos terminan esencializándolas y acentuando la biologización de la femineidad. Así, incluso cuando reconocen signos diferenciales, no recuperan diferencias en profundidad y terminan homogeneizando un conjunto. Al resaltar el carácter disruptivo de las prácticas, estos abordajes tienden a sobredimensionar los alcances de las diferencias de género y obliteran las marcas de clase o exageran la extensión de la participación política femenina al centrarse en dirigentes, bastante excepcionales, o sobrevaluar el peso de movilización de ciertas agrupaciones que hoy son referente simbólico pero en el pasado no lo fueron. Los investigaciones sobre homosexualidad, aún con los recaudos que señalan, la presentan deshistorizada y con una mirada anacrónica sobre los sujetos pues confunden la persistencia de una denominación, como por ejemplo, “homosexualidad” con la persistencia de un significado y los referentes de los mismos. Con todo, el campo de la historia podría preguntarse por qué los ensayos sobre líneas disruptivas en el campo de la homosexualidad no han venido de los/ las profesionales de este arte.

52 Flavio Rapisardi y Alejandro Modarelli, Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura, Buenos Aires, Sudamericana, 2001.


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Finalmente, las resistencias y confrontaciones pueden a veces ser tan sutiles que ameritarían la pregunta de si uno se encuentra frente a prácticas disruptivas o frente a acciones reproductivas de las modelizaciones sociales singularmente apropiadas por cada individualidad. En cuanto al diseño metodológico, vuelve a aparecer la confusión de niveles de análisis, en este caso generalizando la singularidad y realizando una observación tan preciosa sobre los testimonios que se confunde con una entrevista psicoanalítica. Asimismo, se apela mayoritariamente –y en relación directa con los períodos que más se han examinado desde la línea disruptiva- a fuentes “tradicionales” pero realizando nuevas preguntas. Ello constituye uno de los fuertes de estas investigaciones respecto de los oscurecimientos en la historiografía. Quienes indagan períodos más recientes incorporan fundamentalmente la historia oral como estrategia de aproximación. Sin embargo, aquí hay aún menores reflexiones teórico metodológicas sobre este uso, lo que lleva a ciertas flaquezas acerca del rol de este tipo de abordaje en la investigación. Por último, entre las obras que tratan la línea disruptiva es más frecuente encontrar densas descripciones acontecimentales y menos referencia a problemas que ya han sido planteados en términos teóricos, vale decir, estas teorizaciones no fueron recuperadas para abrir la interpretación de los procesos temporales que se analizan. Sobre la línea disruptiva no se ha avanzado, aún cuando los procesos revolucionarios han sido temas clásicos de la historia. Ello ameritaría una reflexión sobre las causas de esta limitación. Problemas en común A la luz de lo expuesto parece interesante resaltar algunos nudos problemáticos que comparten los trabajos referidos en conjunto o individualmente. En primer lugar, se evidenciaron arraigadas posiciones de la historia, discutiendo sus supuestos androcéntricos y demostrando que éstos terminaban ofreciendo interpretaciones excluyentes que empobrecían las comprensiones de los procesos temporales. No obstante, pocas polémicas se han generado explícitamente entre quie-


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nes adscriben una historiografía más tradicional y quienes adhieren a posturas de género. Ello parece obedecer a que la historiografía tradicional no debate y apenas si reconoce la existencia de estas miradas sobre “sus objetos de estudio”. Por otro lado, al interior mismo de los estudios de mujeres y género se registran pocas polémicas. Ello podría explicarse pues las investigaciones son en muchos casos fragmentarias o iniciales. Además, cuando se encuentran obras de gran envergadura (Nari, Salessi o Ben son buenos ejemplos) parecería que su impacto, la particular originalidad de los temas y cierto aura fundacional requieren de un tiempo de decantación y la decisión de quienes investigan de revisitar el tema ofreciendo refutaciones o confirmaciones a las hipótesis que aquellos/as realizaron. En segundo término, existen vacíos en los recorridos históricos propuestos. Hay una tendencia a concentrarse en el período anterior a 1955 y excepcionalmente se han abordado épocas posteriores. Ello parecería remitir al viejo adagio relacionado con la distancia que supuestamente debe mantener quien trabaja históricamente en relación al tiempo transcurrido entre el momento de investigación y el pasado a investigar. Muy tímidamente algunos análisis apenas si superan esa distancia. De igual forma, algunos debates en ciencias sociales intentan dirimir estas cuestiones en una falsa dicotomía que confronta historia=pasado y memoria=pasado reciente/presente. La historia no está habilitada a hablar del pasado reciente y mucho menos del presente que parecen ser materia exclusiva de la sociología o la antropología. Sólo tímidamente, la historia (no, LA HISTORIA), ha comenzado a habilitarse como interlocutora. Además de los conflictos de poder internos al propio campo disciplinar, entonces, la acendrada idea en el sentido común académico de que LA HISTORIA es la historia, tal vez en plural pues aquí no hay homogeneidad, también dificulta la inserción temática. Asimismo, hay temas que no encuentran continuidad. Por ejemplo, para el período peronista, las comunistas y socialistas o los movimientos sociales no han merecido atención mientras que fueron temáticas que nutrieron las indagaciones de períodos anteriores. Tampoco se ha problematizado por qué y cómo las mujeres se integraban en los partidos políticos tanto antes como después de la obtención de los derechos políticos. Del mismo modo, cabe preguntarse, entre otras cosas, cuál era la integración y el tipo de actividad


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de las llamadas “ramas femeninas” y de qué modo convivieron varones y mujeres en la dirección y conformación de cuadros. Por último, no hay preguntas abiertas sobre cómo algunos agenciamientos, los “-ismos” referidos, fueron excluidos o no de la ciudadanía. Se observan, también, acentos diferentes en los temas. Los trabajos sobre homosexualidad no cuentan con la difusión de los estudios sobre mujeres –espacio ganado, sin duda, a fuerza de insistencia-. Como contracara, en nuestro país pocos abordan la cuestión de la masculinidad, visible en las últimas JHM y II Iberoamericanas de Género53 en la que estos temas fueron presentados por extranjeros y centrados en el tiempo presente. Otras subjetividades han despertado menos interés como la homosexualidad femenina lo que resulta una deuda de la historia de género y señala las limitaciones que incluso desde esta perspectiva tenemos para trabajar ciertos temas. Atendiendo a cuestiones de metodología, se desataca que desde los ’80, la historia oral hace eclosión en Argentina y los estudios de mujeres y género la utilizan. No obstante, también aquí hay importantes limitaciones y la falta de reflexión sobre estos tópicos en las JHM puede ser ejemplo de ello.54 Como se señaló, se confunden niveles de análisis, seleccionando muestras con escasa representatividad, sin justificar las unidades seleccionadas. La dificultad radica, en síntesis, en plantear e intentar resolver la vieja disyuntiva acerca de cómo se conectan lo individual y lo social. Otras dificultades se conectan con el modo en que se opera con los datos cualitativos. En general, se olvida la especificidad que presentan en el momento de analizarlos –pues en teoría, los apartados metodológicos dan muestras de conocerlas- y persisten varias características de la historia más tradicional. El análisis de la información obtenida a partir del uso de fuentes orales o icónicas ha sido uno de los puntos más débiles en los trabajos cualitativos en general.55 En el caso de las fuentes orales, hay abundantes ejemplos que 53 Realizadas en Salta en julio de 2003 y publicadas las ponencias en formato CD, bajo ese título, por la UNSa. 54 Si bien la V JHM incluyó un espacio de reflexión denominado Teoría y Metodología las ponencias se centraron más en cuestiones teóricas que metodológicas. 55 Daniel Bertaux, “De la perspectiva de la historia de vida a la transformación de la práctica sociológica” en José Marina y Cristina, Santamarina, comps., La historia oral: métodos y experiencias, Madrid, Debate, 1993.


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van desde exposiciones que en ningún momento incluyen la voz de los entrevistados (y a lo sumo colocan las entrevistas realizadas en un anexo) a los que directamente se reducen a una trascripción de las entrevistas sin ningún comentario. Asimismo, la utilización de los datos aportados por las entrevistas como si fueran escritos. Finalmente, es nulo el uso de recursos más refinados que ayudarían a sistematizar tanto materiales orales como visuales.56 El tema presenta una doble tensión. Por un lado, es como si el problema se redujera a una conexión entre la cantidad de entrevista y la objetividad de quien investiga. Por el otro, la visualización de cualquier “asistente” en la sistematización sigue prefigurando un/a cientista omnipotente y autosuficiente ampliamente criticado.57 Si bien estas cuestiones tiñen las investigaciones de historia oral en conjunto, en el caso de su uso para enfoques de historia de mujeres y de género propicia el señalamiento de las deficiencias de la metodología, la temática y la categoría, respectivamente; y tiende a justificarlas como pseudociencias. Sin duda, aquí aparece una puja político ideológica en torno al estatuto de cientificidad, los espacios de interpretación y un supuesto sobre qué es lo que vale la pena analizar.58 Urge en este sentido una práctica de reflexión sobre la propia intervención abandonando las recetas meramente prescriptivas.59 Un comentario metodológico final. La preferencia por enfoques cualitativos permite afirmar la pertinencia de los mismos para rescatar procesos de subjetivación, visibilizando mujeres, homosexuales, etc. Pero vale preguntarse si los enfoques cuantitativos son menos pertinentes para dar cuenta de las prácticas de mujeres o menos explorados. La metodología también presenta las marcas del género naturalizando una correspondencia entre cualitativo-estudios sobre mujeres-irracionales-precientíficos. Melina Alexa y Cornelia Zuell, “Text Analysis Software: commonalities, Differences and Limitations: The Results of a Review”, en Quality & Quantity, 34, 2000, p. 300- 301. 57 Haraway, Donna, “Saberes situados: el problema de la ciencia en el feminismo y el privilegio de una mirada parcial”, en L. Dubois y M. C. Cangiano, comps., De mujer a género, cit. 58 Jennifer Mason, Qualitative Researching, London, Sage Publications, 1996. 59 A falta de trabajos de este tipo en Argentina, remito a Karen Ramsay. “Emotional labour and qualitative research: how I learned not to laugh or cry in the field” en E.Stina Lyon and Joan Busfield, Methodological Imaginations, Londo, Macmillan press ltd, 1996. 56


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Asimismo, aún persiste una escritura descriptiva que se resiste a interrelaciones teóricas más amplias y dispensan analíticas interdisciplinarias, aún cuando no desconocen esas producciones. Al molde densamente prescripto de la narrativa histórica se le anexaron formalmente -y como reconocimiento, sin duda- el “marco teórico” y las “consideraciones metodológicas”. Sin embargo, de este modo, los conceptos no han sido pensados para abrir los problemas historiográficos si no para cerrarlos.60 Acorralados/as entre el supuesto “rigor científico” de raigambre positivista y el reconocimiento de la subjetividad de quienes investigan y la discrecionalidad misma de esos cánones impuestos, estudiosos y estudiosas del género no han podido resolver originalmente su producción y han caído –salvo honrosas excepciones– en vicios no ya de eclecticismo si no en contradictorias narrativas históricas que prometen aperturas para practicar malas suturas. Reflexiones finales Tal vez concluir este trabajo con el señalamiento de los problemas que la historia de género y de las mujeres presentan en común implique pensar que estas no aportaron nada a la historiografía. La historia de las mujeres se instala en el campo con dificultades que abarcan no sólo el escaso reconocimiento de su aporte historiográfico si no también la marginación material y presupuestaria –y podríamos decir que esto es, con mayor ahínco, extensible a los estudios de género–. Lenta y trabajosamente se encuentran espacios en las universidades a través de los centros e institutos de investigación. La UBA, La Pampa, Rosario y Córdoba muestran singular apoyo a estas iniciativas que demás está decir dependen de los gobiernos universitarios de turno. Otro tanto puede decirse de la aprobación de materias curriculares para conformar programas universitarios donde la temática de mujeres y género sean centrales. Además, es difícil encontrar programas que incluyan este tipo de historia como parte de LA HISTORIA.

Homero R. Saltalamacchia, Los datos y su creación, Caguas (Puerto Rico), Kryteria, 1997. 60


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Asimismo, persiste una minimización del aporte de esta historiografía en la medida en que se sigue considerando a LA HISTORIA unívoca y homogénea. Un indicador de esta situación es que aún cuando en las JHM crece significativamente el número de participaciones, en las Jornadas Interescuelas y Departamentos de Historia sólo recientemente logró quebrarse la existencia de una mesa que, aislada en el ghetto del género, intentaba dar cuenta de la temática (con la dificultad de aglutinar períodos históricos tan disímiles que se perdía la temporalidad, el contexto histórico en el que se centraban). Escasamente se apuesta a la historia de las mujeres, y menos aún de género, en mesas que convocan otras temáticas ancladas en una temporalidad específica. Por otro lado, la inexistencia de políticas de interrelación universitaria en la materia aísla a quienes investigan y dificulta la constitución de espacios de intercambio. A su vez, ello implica que los centros con más tradición en esta área concentren información, recursos, investigadores/as con categorías para dirigir proyectos y obtenerlos. De igual modo, quienes investigamos en universidades “periféricas” –si se me permite la comparación- dependemos de las “centrales” y de su buena voluntad para generalizar el acceso a esos bienes. Salvo loables excepciones, el canibalismo también se instala entre quienes propician la democratización de la historia desde el género. No obstante, estos estudios conjunta o separadamente han obtenido notables logros. Por un lado, definir áreas de preocupación en relación a la historia de las mujeres y, por otro, esbozar una batería conceptual cuyos términos se incorporaron a las categorías analíticas de las ciencias sociales. Por otro lado, quiero insistir en que el cuestionamiento de la historia de mujeres y de género, con las limitaciones referidas, cuestionó las enraizadas posiciones de las y los historiadores en una postura falogocéntrica. En este sentido se dio una inflexión no permitida: cuestionaron el universalismo de LA HISTORIA61, con mayúsculas, y

61 La existencia de grupos de poder político académico en el campo historiográfico, grupos sumamente heterogéneos que confrontan y delimitan espacios continuamente, pero que rechazan la idea de quebrar con el patrón universalizante con el que se ha escrito la historia y suponen que la heterogeneidad y quiebres que se proponen desde la historia de mujeres, y sobre todo desde la de género, hacen imposible un relato de LA HISTORIA.


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revelaron la existencia de singularidades identitarias que fragmentaron ese discurso homogéneo que desde el prisma de la acción masculina se derrama al conjunto. Fue este carácter el que permite comprender por qué este tipo de historia se desarrolla en los márgenes de la historia oficial y académicamente correcta. Considero que los estudios históricos aún no han explotado las potencialidades de la perspectiva de género, incluso, tampoco el afán visibilizador de las mujeres. Muy difícil, pero tal vez por ello más estimulante, es proponer que quienes adoptamos una perspectiva de género comprendamos las profundas implicancias democratizantes que la misma conlleva y la necesidad de un ejercicio solidario de la práctica de investigación como modo de contrarrestar el canibalismo académico a que las exigencias de los tiempos intentan someternos, lamentablemente con notable éxito. Asimismo, la continuidad de estos abordajes resulta estimulante y compromete a nuevos desafíos donde la imaginación metodológica ayude a desmontar las conceptualizaciones enraizadas en nuestra narrativa histórica, donde la rigurosidad no desconozca el papel de la subjetividad de quienes investigamos y en la que el compromiso político sea asumido como constituyente de nuestra propia perspectiva de investigación.


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